Cristina cultiva kiwiños en Asturias y cuida los manzanos del abuelo 

La variedad del kiwin.

Entre Gijón y Oviedo, en las tierras que la vieron crecer, se ha hecho realidad después de mucho esfuerzo y trabajo el sueño de Cristina: poder vivir de la agricultura, conservar y recuperar especies autóctonas y alimentar desde el corazón. Cristina Secades, que cultiva kiwiños (o minikiwis), es la protagonista de abril de nuestra serie mensual de gente del campo que aporta energía nueva e imaginativa a la maltratada vida rural. Ella ha recibido el Primer Premio Talenta de este año.

Estudió ingeniería forestal y su camino siempre ha estado vinculado al medio ambiente. “Mi camino iba por otro lado, aunque relacionado con la naturaleza, que es siempre lo que más me gustó, pero llegó un momento en el que vi que donde estaba no era lo que realmente me hacía feliz, así que, por la insatisfacción laboral, no ver un futuro claro y que tenía esa tierra que era de mi bisabuela, que habría acabado abandonada si no fuera por mí, decidí dar el paso”, nos cuenta Cristina.

Cristina decidió cultivar kiwis de una variedad muy especial, el minikiwi, de nombre científico Actinidia argutamo, también conocido como kiwiño en Galicia y Asturias, y que ella ha denominado Kiwin, porque tiene el significado de kiwi pequeñín para los asturianos y también la connotación win (ganar de inglés) por todo lo que nos puede aportar con las propiedades beneficiosas para nuestra salud. Los minikiwis concentran 5 veces más vitamina C que la naranja, y con 100 gramos se cubren casi el 90% de las necesidades diarias.

El minikiwi se cultiva desde los años 80 en Galicia y Asturias, y aunque en invierno aguanta temperaturas del orden de 30ºC bajo cero, la brotación empieza hacia febrero y es sensible a las heladas. Cristina aplica a sus kiwis una técnica basada en la protección de la escarcha natural, que consiste en riesgo de micro aspersión, regándola por arriba y creando un efecto iglú que mantiene a la planta con una capa de hielo que la protege; de esta manera, aunque la temperatura exterior baje de los cero grados, la planta va a estar más caliente.

También continúa con los manzanos que su padre plantó hace 46 años, y que siguen dando unos frutos magníficos. “Todos los veranos y los fines de semana iba al pueblo, recogía la manzana, hacíamos sidra”, recuerda de cuando era pequeña.

Los manzanos que va reponiendo son con variedades autóctonas asturianas de mesa, para mantener esas variedades que, si no, desaparecerían.

La producción de Cristina es ecológica y está orgullosa de practicar una agroecología que tenga en cuenta todo el ciclo de vida. En 2016 instalaron paneles fotovoltaicos y en 2020 energía eólica. “Consigo eficiencia en el riego empleado sistema por goteo con muy bajo caudal. Utilizo sensor de humedad, para saber cuándo y cuánto regar para lograr el máximo rendimiento y ahorro de agua”, nos cuenta.

Además, para favorecer la biodiversidad y atraer a polinizadores, ha dejado flores en la cubierta vegetal y ha instalado cajas nido para pájaros. El abono y el control de hierbas los realiza con razas autóctonas asturianas, como la gallina pita pinta o la oveja xalda.

Cristina Secades es ingeniería forestal y cultiva Kiwiños.

También atiende el envasado, para que sea lo más respetuoso posible, utilizando cartón reciclado, que se puede reutilizar. Y tiene especial cuidado en recolectar en el momento idóneo, para que la fruta esté el máximo tiempo posible en el árbol, porque el sabor y las propiedades de esa fruta son superiores. Su sistema de venta sin refrigeración promueve el consumo de kilómetro 0 y la venta directa en mercados y en la propia finca, cuando organiza visitas guiadas. “Cada vez se valora más la alimentación, que es la base de nuestra salud”, confía Cristina.

El cambio climático también se está notando en la finca de Cristina. “Los inviernos eran más fríos y las heladas son muy importantes para los frutales; necesitan unas horas de frío en el año y, si no vienen cuando tienen que venir, eso afecta a la floración y a la fruta, y ahora ese ciclo está descompensado en la época”, explica.

Todos estos esfuerzos le han valido el Primer Premio Talenta de este año, una iniciativa creada por Corteva y la Fademur (Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales), para empoderar a las mujeres de la España rural.

Hasta llegar a su producción actual, Cristina tuvo que formarse en horticultura y agricultura ecológica, y visitó y contactó con productores e investigadores de Portugal, Bélgica, Polonia, Inglaterra o Estados Unidos.

“Donde pasé tantos veranos con mis abuelos…”, nos resume Cristina, “es ahora este pequeño proyecto lleno de fuerza e ilusión, un granito de arena para contribuir a la reactivación del campo asturiano y con el que aspiro a formar parte de la red de personas que apostamos por ofrecer los mejores alimentos con corazón”.

Otros artículos de la serie con gente que aporta savia nueva a la maltratada vida rural:

Marifé, una olivarera de Jaén que defiende la biodiversidad en sus tierras.

El viticultor que sigue los ciclos de la Luna.

La cultivadora de setas que resetea las tierras.

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