Felipe Criado, premio nacional en Humanidades: “Hay que decolonizar el pensamiento”

Felipe Criado-Boado, premio nacional de Investigación Ramón Menéndez Pidal en Humanidades.

Felipe Criado-Boado (Santiago de Compostela, 1960) es uno de esos audaces investigadores que junto al rigor académico derrochan pasión vocacional, experiencia de campo y sensibilidad intelectual, siendo más curiosos y joviales que muchos estudiantes. Doctor en Arqueología por la USC, acaba de recibir el Premio Nacional de Investigación Ramón Menéndez Pidal en Humanidades. No solo por sus aportaciones pioneras e innovadoras a la arqueología, que han contribuido a nuestra comprensión de cómo las sociedades humanas han concebido y transformado el paisaje a lo largo de la historia, sino por sus estudios sobre cómo el mundo que construimos modifica nuestra mente. Con una mezcla de intuición y vitalidad contagiosa, esa trayectoria nos remite hoy curiosamente al libro de historia del momento (‘El amanecer de todo’), cuyas claves nos explica en esta entrevista…  

El jurado destacó además “su dedicación muy activa a la formación de jóvenes investigadores y su papel crucial en la creación de importantes centros de estudio en este campo, así como la excelencia, relevancia y proyección internacional de su dilatada trayectoria investigadora”.

Felipe Criado dirige desde hace más de una década uno de los centros de investigación punteros de España: el Instituto de Ciencias del Patrimonio del CSIC (INCIPIT), un ecosistema técnico y humano que se ha convertido en revulsivo para las humanidades en nuestro país. Criado nos atiende desde el propio INCIPIT, palabra que en latín quiere decir «empieza», pero cuya sede se encuentra al final del Camino de Santiago y no lejos del Finis Terrae romano (o sea, al principio y al final del Viejo Mundo), en lo alto de un monte desde donde domina la contorna como un faro atlántico de las humanidades. Porque si algo abandera el INCIPIT frente a los saberes sesgados y reduccionistas que hoy amenazan la cultura es justamente esa altura de miras y esa perspectiva integral: “Hemos hecho de la transdisciplinariedad una seña de identidad”, afirma con cierto orgullo.

A la vuelta de conferencias y largos viajes, por los pasillos del INCIPIT se reencuentran especialistas en astrofísica que investigan cómo nuestros ancestros miraban al cielo, biólogas que estudian la paleobotánica del territorio, arqueólogas que desentierran imperios africanos o la historia de nuestro paisaje rural, antropólogos que auscultan nuestros paisajes sonoros y hasta informáticos que analizan la semántica del patrimonio. El instituto es un cruce de caminos estimulante donde distintas disciplinas se retroalimentan y enriquecen, con la misión de dialogar para completar nuestra visión del mundo, acercando el lado “humano” de la ciencia a la ciudadanía. Y poniendo en contexto y perspectiva los candentes debates públicos, tan lastrados hoy por la polarización ideológica.

Felipe, ante todo muchas felicidades por este reconocimiento. ¿Qué es lo que más valoras del premio?

Las sensaciones de los primeros días después de la noticia creo que reflejan la importancia que tiene. Voy a explicarlo un poco en broma, pero también muy serio, porque al lado de la satisfacción y la alegría, también por mis hijas y mi pareja, que al final son las que sufren nuestra dedicación extrema a la investigación, hubo otros sentimientos: me costó creérmelo, y enseguida me di cuenta de que era porque no tenía modelo interno para filtrar esa experiencia. La noción de modelo interno es muy importante en la investigación que hacemos ahora mismo. Yo siempre he trabajado en grupo y he procurado evitar un modelo individualista y heroico de ciencia, centrada en el descubrimiento como objetivo y en el descubridor como protagonista. Pero mucha gente me comentó que se sentía representada por este premio porque comparten mis posiciones sobre las humanidades y la investigación. Y me costó asumirlo porque recibe un premio nacional de investigación en Humanidades una persona que ha sido siempre muy crítica con éstas; de hecho, en general no me siento cómodo con la etiqueta Humanidades, siempre he preferido hablar de Ciencias Humanas. Al final, lo más importante es el sentimiento de agradecimiento; doy gracias por esta honra y la recibo asumiendo que me obliga más.

¿Por qué esa crítica a las Humanidades y esa apelación a las Ciencias Humanas? 

Critico la pretensión de centralidad de las Humanidades y su incapacidad simultánea para ocupar el sitio que les corresponde. Cuando tenemos que defender la importancia de las Humanidades, apelamos a que sólo las Humanidades permiten comprender el lado humano de la vida. Pero esas referencias se quedan la mayor parte de las veces en retórica, y no es tan fácil llevarlo a cabo. Los argumentos que se utilizan suelen ser los propios de la tradición humanista moderna, occidental y burguesa que, aunque no sea ahora tan hegemónica, constituyó la contrapartida intelectual del sistema capitalista, colonial y patriarcal. Las primeras víctimas de ese sistema social fueron las personas que fueron dejadas al margen de esa tradición, la otredad y las mujeres, también la infancia. Aunque hay mucha gente trabajando para superar ese sistema intelectual, la tradición humanista en Occidente sigue siendo más o menos la misma de siempre. Ahí yo no me siento cómodo.

¿Y qué alternativa ves a esta situación?  

No tengo una solución, pero mi respuesta va a estrategias concretas que en vez de poner la carga de la responsabilidad en los otros (en otras disciplinas, en la política, en la administración de la ciencia), la coja con nuestras manos e intente apurar soluciones tácticas, casi de guerrilla. 

¿Por ejemplo?  

Una primera respuesta para mí es intentar reescribir las Humanidades como Ciencias Humanas. No hablo del modelo positivista o fuerte de Ciencia, sino de un modelo debilitado, blando, que permita construir un conocimiento cuyo fundamento pueda ser reconocido por otras personas sin necesidad de que tengan que compartir el mismo sistema referencial o de creencias. Un conocimiento que, aunque no sea objetivo (¿cuál lo es cuando ha sido demostrada la naturaleza subjetiva y las relaciones de poder que cruzan la noción de objetividad?), sea objetivable (aceptable y compartible). Las Humanidades son muy potentes porque producen conocimiento de forma especulativa, conjetural, narrativa. Eso las capacita para imaginar muy bien otros mundos, hacerlo con rapidez y, además, de forma muy barata (sin aguantar el peso de las infraestructuras y procesos experimentales), aunque sus propuestas sean necesariamente limitadas. No renuncio a esas Humanidades. Pero pueden ser más poderosas aún si trabajan también en modo explicativo, objetivable, intentando ir más allá del conocimiento narrativo. Eso no siempre se puede hacer, pero a veces sí se puede hacer. Y debemos hacerlo. Ganaremos reputación y peso en la sociedad. Y ganaremos la capacidad de dialogar mejor con otras ciencias y disciplinas. Y esa es la segunda respuesta que arriesgo: las Humanidades deben situarse dentro de los grandes esquemas y proyectos transdisciplinares para dar cuenta de la dimensión humana-social de los problemas que se plantean. No podemos afrontar el cambio climático, por ejemplo, sin ver qué nos cuentan la historia, la arqueología, la antropología, los saberes indígenas. Ha costado mucho, pero esto se acepta ahora cada vez más. Algo parecido es lo que hacemos en el proyecto XSCAPE.

Este premio reconoce tus aportaciones innovadoras a la arqueología, que por lo que leo se remontan a los 80, cuando ya citabas algunas fuentes hoy de actualidad por el libro de historia más rompedor del momento, ‘El amanecer de todo’, de David Graeber y David Wengrow. ¿A qué atribuyes el éxito que está teniendo? 

A que junto a ser novedoso, era necesario. Todo lo que es necesario es algo que está en el ambiente. Estaba en el ambiente desde hace tiempo. Y Graeber y Wengrow han escrito un libro estupendo en la mejor tradición anglosajona, con erudición y datos, con ideas y con una gran capacidad para llegar a todo el mundo. El libro representa lo que yo llamaría una “sociología inversa”. Es decir, todavía somos herederos del pensamiento evolucionista que explicó la historia y el mundo en términos de progreso continuo hacia una sociedad cada vez más capaz, más tecnológica, más compleja. Aunque estaba claro que esa visión se olvidaba de que eso también suponía más desigualdad, más explotación (de nuestros recursos, de la naturaleza y de nuestros congéneres), más desequilibrio y a la postre problemas que amenazan nuestra existencia.

El evolucionismo triunfó tanto que se ha enquistado en el sentido común del hombre y la mujer moderna, sin duda porque era y es la mejor narrativa para dar cuenta del éxito de Occidente. Frente a ello, hay una larga tradición, que de momento culmina el libro de Graeber y Wengrow, que ve la historia desde el otro lado; no como un progreso del poder hegemónico, sino como la marcha de los procesos y actores que intentan desafiar ese poder para sobrevivir y para mantener un ideal de justicia y comunidad. Es una historia en la que el concepto fundador no es progreso, sino resistencia. No me alargaré… Cuando se analizan las resistencias, te sale una historia distinta que, por decirlo de una forma gráfica, ya no se dibuja como una línea que sube hacia arriba siguiendo la flecha del tiempo, sino como un zig-zag, con interrupciones y discontinuidades.Para mí, la mejor representación gráfica de la historia es el movimiento de una cicloide, es decir, las curvas que trenza un punto en una rueda que se mueve sobre una superficie que puede ser plana, inclinada hacia arriba o hacia abajo. Es más complejo que la metáfora simple de la línea evolucionista, sencilla de entender.

Es cierto que a partir de un momento (que históricamente podemos situar en la victoria del capitalismo, sea el liberal o el de Estado), ya no hay vuelta atrás. Pero la línea ilimitada no es sostenible, lleva al mundo a su destrucción. Por eso son tan importantes los movimientos de resistencia. Por eso al final tenemos siempre no una eterna línea hacia arriba, sino más bien una escalera, con momentos de descansillo. La gente de orden tiene que entender esto, es por nuestra salvación como especie. Los resistentes en cambio tienen que entender que mucha gente no les seguirá porque les dará vértigo. No creo que nuestros político/as progresistas estén atendiendo a estas lecciones.

En tus artículos de los 80 planteabas ya la aplicación de Levi-Strauss o del posestructuralismo francés a la arqueología, y en concreto las ideas del antropólogo Pierre Clastres, cuya influencia subyace en ‘El amanecer de todo’. ¿Qué peso tiene Clastres en el libro y en qué coincide con tu forma de entender la arqueología? 

Por razones especiales, en lo que ahora es el INCIPIT y en algunos círculos de la Facultad de Historia de la Universidad de Santiago de Compostela, y ya desde los años 80, la Antropología Anarquista de Pierre Clastres fue muy influyente. Ojo, ésta no es solo la antropología de los anarquistas. Es una antropología del poder que privilegia lo social y que descubrió que lo esencial de una sociedad es mantener el poder como una potencia de la sociedad toda, y evitar por todos los medios que se separe o divida del cuerpo social para establecerse con autonomía propia y, por lo tanto, empiece a trabajar contra la sociedad y sus miembros. La sociedad estará siempre haciendo de contrapeso del poder, resistiendo al poder. Y eso da lugar a esos movimientos de cicloide que citaba antes. La obra de Graeber y de Wengrow es fiel a esta perspectiva alternativa, a esta visión desde el otro lado; creo que no se puede sin Clastres. Por eso arriba la definía como sociología inversa. Su mérito esencial es haber abierto estas reflexiones en el mundo anglosajón.

Te voy a contar una anécdota. Cuando en 1986 y 87 yo comentaba estas ideas en Cambridge, la gente más lista (quiero decir aquellos que querían entender, no hablo de quienes no querían) me decía que no podían aceptar esta visión porque “cómo va una sociedad a oponerse a aquello que no conoce”. Es una crítica cándida. Una sociedad tiene siempre una experiencia de lo que la autonomía del poder puede hacer con ella. Pero era una crítica basada íntimamente en el modelo de subjetividad individualista propio del mundo anglosajón, en la filosofía de la acción intencional individual. Desde esa perspectiva, que niega la posibilidad de compartir una racionalidad extendida con toda comunidad, no se podía entender esto.

Wengrow, y antes Graeber, tienen el mérito de haber dado la vuelta a ese posicionamiento, y lo han hecho con multitud de datos bien traídos que muestran que las visiones de corte evolucionista o teleológico, las reacciones en contra como las que apuntaba de Cambridge, no se basan en datos e interpretaciones reflexivas, sino en la racionalidad que las constituye. Y, por cierto, Wengrow y Graeber han hecho esto de un modo que niega de plano la versión fatal de la antropología anarquista, que es el anarcoliberalismo, adelantado por Ayn Rand y culminado por el neoconservadurismo y el trumpismo (Bolsonaro, Milei…), auténtico clímax de la sociedad evolucionista-individualista. Eso es lo que no necesitamos.

Desde El Asombrario hemos seguido con atención algunos proyectos del INCIPIT y especialmente el XSCAPE, por la repercusión científica y ambiental que tiene. ¿Cómo se traduce este reconocimiento en vuestra investigación? 

Supongo que el jurado reconoció que es un proyecto coherente con los objetivos de investigación que siempre tuve, y que se plantea dar a éstos una vuelta de tuerca, porque busca confirmar y radicalizar investigaciones anteriores con una metodología que es científica en el sentido más genuino. Es decir, muchas disciplinas distintas podrán aceptar o rebatir nuestras consecuencias con tal de compartir la metodología científica como forma de aproximación al mundo, y sin necesidad de compartir en cambio los metarrelatos o narrativas especializadas de cada disciplina o modo de saber.

Mi problema de investigación fue siempre el espacio: cómo se configura éste. Como realidad empírica y como categoría y concepto. Cómo la conceptualización cultural del espacio modela la forma del mundo de cada cultura, y cómo esa forma se relaciona con las características históricas de cada formación social. En el proyecto XSCAPE sobre mentes materiales (Material Minds) lo que hacemos es mirar a ese problema de investigación examinando cómo el mundo material que construimos los humanos interacciona con nuestro procesado cognitivo y construye nuestro modelo interno del mundo, de modo que, recíprocamente, se reconstruye después en el mundo.

El investigador y humanista Felipe Criado-Boado.

El jurado destaca también tu «dedicación muy activa a la formación de jóvenes investigadores» y tu «papel crucial en la creación de importantes centros de estudio en este campo”. Hablemos del INCIPIT… 

Soy persona que trabajo en equipo. Aprendo de la gente con la que comparto la investigación. Me disuelvo en las tareas que afronto y en la comunidad con las que las acometo. De ahí la sensación ambigua ante el premio nacional que comentaba. Por eso, y sin ser falsa modestia, el premio es también un reconocimiento para todo el INCIPIT y para la gente con la que he colaborado desde hace 40 años. A veces lo pasamos mal, ellas, ellos y yo, precisamente por arriesgar visiones que no son las más aceptadas; un reconocimiento así lo compensa y, en el sentido más académico, nos da un poco de razón. Pero debo anotar otra cosa. Levi-Strauss decía algo con lo que yo siempre me he identificado. Cuando él se arrojaba a estas reflexiones o le hacían preguntas de este tipo, terminaba (después de dar una respuesta magistral) añadiendo que “esto son divagaciones en las que se recoge el ser antes de disolverse en una nueva tarea”. Es una respuesta anti-humanista en el más puro sentido del pensamiento estructuralista que comparto, y no porque niegue (como a veces se ha dicho) lo humano, sino porque entronca esto con lo social y comunitario en vez de sólo con la hegemonía del individualismo liberal que ha construido la cultura occidental.

¿De qué forma crees que debería cambiar nuestra concepción de la arqueología y del paisaje?  

Arqueología y Paisaje son, como toda la caja de herramientas intelectuales que utilizamos, constructos occidentales. Lo que necesitamos hacer es pensar esas realidades, esas prácticas, alineándolas con formas de pensar y de ser que no tienen nada que ver con Occidente, con el pensamiento que antes llamábamos Moderno o Burgués, de base Ilustrada pero que hoy hay que apellidar también como colonial, liberal y patriarcal. Nuestras categorías de pensamiento y acción, también las que utilizamos en ciencia, se tienen que alinear con los saberes y experiencias de la Otredad más diversa. Y después, cuando lo hayamos hecho, tenemos que volver críticamente sobre nuestras propias conclusiones para ver si en ellas se está aún redoblando, como un espíritu resistente en el interior de lo que hacemos, nuestro propio orden cultural, nuestras preocupaciones y prioridades y, sobre todo, nuestra identidad individual que es, para bien y para mal, la construcción más fabulosa (y no lo digo en sentido laudatorio) de Occidente: permite reconocer los derechos de la persona, de todas y cada una, pero a cambio conduce irremediablemente a negar los derechos de todo lo demás que existe, y también frecuentemente los de las otras personas en posición subalterna o marginal.

Por esto tenemos que operar siempre desde la exigencia de decolonizar el pensamiento. Es difícil. Demasiado a menudo nos quedamos en lo políticamente correcto, en posiciones retóricas y en meras poses intelectuales. No me resisto a dar un ejemplo que puede ser polémico: la revista Science lleva más de un año defendiendo una línea editorial que demanda incorporar políticas y prácticas inclusivas en la ciencia. Es imperativo exigir esto y es una suerte que Science haga bandera de ello. Pero mientras tanto, Science es, por decirlo de algún modo, cada vez más aburrida: publica cosas que son previsibles y no desafían los lugares comunes. En arqueología esto es particularmente cierto: sólo saben publicar papers de arqueogenética, que es una forma muy limitante de vivir la arqueología.

En el INCIPIT hacéis bandera de la transdisciplinariedad. ¿Cuáles son los éxitos que más te enorgullecen como director de esta orquesta de investigadores? 

Gracias, es una forma bonita de describir a nuestra comunidad. Su mayor éxito es precisamente que disciplinas y personas diferentes trabajamos en diálogo, completándonos unos a otras, y encima lo hacemos en un ambiente que en general es respetuoso y amistoso. Juntas trabajamos sobre el Patrimonio Cultural y cómo ha llegado a existir eso que ahora llamamos “patrimonio” que originalmente no existía. El patrimonio es un proxy soberbio para analizar la sociedad y muchos de nuestros grandes problemas. Se relaciona con la tradición, la memoria, la identidad, el poder, la resistencia, da lugar a conflictos o éstos se expresan a través de nuestras disputas patrimoniales. Este es el interés de nuestro tema de estudio. Analizando su economía política, descubrimos muchas otras cosas, algunas que ni siquiera parecían estar ahí.

El gran éxito del INCIPIT es aglutinar un instituto que siempre te va a permitir encontrar a alguien que te comente de forma informada los últimos descubrimientos de la Cosmología, los riesgos de la IA, la relación entre Taiwan y China o la agresión sionista contra el pueblo palestino. Cosas todas que, por cierto, son muy buenos ejemplos de lo que dije más arriba sobre la subalternidad. Y todas esas personas lo hacen desde su trabajo de campo y sus investigaciones en patrimonio. Es un ambiente intelectual muy rico y muy sano. Me gustaría pensar que el gran éxito del INCIPIT es lo que una investigadora predoctoral del instituto, Carolina Cornax, decía hace poco: “En el INCIPIT somos como una falange macedónica en la que cada uno dispara, con sus medios, contra las ideas canónicas” y lo hacemos para pensar de otro modo, no por voluntad de ser originales, es decir, no por voluntad de poder.

Para terminar, ¿cuáles serían para ti los últimos grandes avances en arqueología? 

El gran avance será pensar de un modo alternativo a lo que yo creo que son ahora mismo los dos principales problemas de la arqueología: la falacia del descubrimiento y el riesgo de la arqueometría. Muchos colegas reducen la arqueología a la magia del gran hallazgo y a la tentación de los titulares. Si se examinan las grandes noticias de arqueología, todas van sobre “el primer…”, “el más grande…”, “el más lejano…”. Pero yo no he visto en la prensa mundial el gran titular que la arqueología merece: “100 años de investigación arqueológica demuestran que otro mundo es posible porque otros mundos existieron”. La arqueología se ve ante todo como una investigación que descubre cosas, grandes tesoros. Es erróneo. La arqueología es una disciplina que puede explicar el pasado y el presente desde su materialidad, que puede pensar el futuro porque es única (por la larga duración que estudia) en descubrir como los futuros pasados llegaron a existir.

El otro riesgo es la hegemonía acrítica de la ciencia arqueológica. En los últimos 20 años han explotado las aplicaciones científicas en arqueología. Casi cualquier ciencia, cualquier método, se puede aplicar a la arqueología. Esto es tan cierto que se puede bromear hablando de un CSIC-Pasado. El 95% de los institutos de investigación que tiene el CSIC podrían tener su versión arqueológica. Obviamente eso no va a ocurrir. Pero no porque no fuese útil. No debe ocurrir porque no sería bueno. Porque la posibilidad de encontrar más y mejores respuestas en las aplicaciones científicas, no nos puede apartar de la importancia de las preguntas y de las interpretaciones en clave socio-antropológica. Preguntas e interpretaciones nos remiten siempre a una práctica que es ante todo teórica, crítica y humana. Sin tener esa dimensión, nuestro saber no sirve para nada. Ahí radica el gran valor de las ciencias humano-sociales: no es recuperar lo humano, sino aportar una crítica reflexiva de nuestro sistema de saber.

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