«Es muy peligroso rendirse en la lucha contra el cambio climático»

La climatóloga Katharine Hayhoe durante el festival Starmus de Bratislava.

Katharine Hayhoe es una de las climatólogas más conocidas del mundo. Responsable científica de The Nature Conservancy, organización surgida en 1951 en Estados Unidos, Hayhoe, de origen canadiense, ha sido directora del Centro del Clima de la Tierra en la Universidad de Texas Tech, donde ejerce como profesora. Reconocida a nivel internacional como ‘Campeona de la Tierra de las Naciones Unidas’ y como ‘Hermana del Planeta’ por Oxfam, también ha sido incluida entre las 100 personas más influyentes por la revista ‘TIME’ y los 100 principales líderes por ‘Fortune’. Es nuestra invitada hoy en la serie de entrevistas a ecolíderes de ‘El Asombrario Recicla’.

Este año estuvo en el festival Starmus Earth: el futuro de nuestro planeta, en Bratislava (Eslovaquia), donde ofreció una conferencia sobre cambio climático ante miles de personas. Allí habló de una organización que tiene más de un millón de socios y en la que colaboran más de 400 científicos. Juntos colaboran en programas de conservación en 76 países y territorios, pero también planteó una ecuación en la que lleva tiempo trabajando: Ciencia + Preocupación + Acción = Esperanza.

Nos habló en este VII Starmus Festival de la brecha entre el corazón y la cabeza que nos impide avanzar en cuestiones relacionadas con el cambio climático, ¿esa brecha cree que se comienza a cerrar o se sigue agrandando?

Los datos nos dicen que es demasiado grande. La situación en lugares como su país, España, es muy preocupante. Están en la zona que avanza más al rojo por la subida de las temperaturas de todo el mapamundi y, sin embargo, los estudios reflejan que allí se habla poco de cambio climático comparado con otros asuntos. La brecha entre la realidad y lo que creemos importante la llaman los psicólogos “distancia psicológica” y es un mecanismo de defensa para no saturarnos de información negativa y nos hace creer que no nos va a afectar a nosotros, que será en el futuro, que es algo de ecologistas.

Por ello, debemos esforzarnos en comunicar que el cambio climático es ahora, no en el futuro, que es aquí y no allá, y que es relevante para nuestras vidas. Cada semana lanzo una newsletter, llamada Talking Climate, e incluyo buenas noticias sobre soluciones en marcha. Otras no lo son. Y no hablo de las regiones polares, sino de cómo afecta a nuestra salud, a los precios de nuestros alimentos, a nuestros hijos, a los seguros de la casa… Es el discurso que también traslado en mis conferencias por el mundo. Cuando pregunto por el cambio climático a todo tipo de público, les comparto cómo hay que conectar los datos con el corazón, pero también con las manos para dejar el miedo o el agotamiento y pasar a la acción.

Ahora, a la espera de la 29 cumbre del cambio climático y tras 50 años de encuentros al más alto nivel, ¿confía en esta estrategia de negociación, que de momento no ha logrado detener las emisiones contaminantes que generan el problema?

Deben seguir reuniéndose los líderes, pero está claro que no basta. También debiera haber encuentros de los alcaldes del mundo, de los directivos de las compañías, de los rectores de universidades, incluso de líderes religiosos. Algunas sí hay en diversos continentes, pero es que el cambio climático no es solo un problema ambiental o político, es un problema humano, una crisis global de hambre y seguridad nacional. Y todo el mundo debe participar en cómo mitigar y adaptarse, además de frenarlo.

Ahora que lo menciona, ¿se pone lo suficiente el foco en la adaptación, sobre todo en los países donde más migraciones humanas genera?

Actualmente, no se hace casi nada en adaptación al cambio climático, menos aún en los países más vulnerables, que no tienen los recursos para enfrentarse a este fenómeno y donde lo están sufriendo más. En Estados Unidos, en la época de Barack Obama, el consejero científico del presidente, John Holdren, ya dijo que solo teníamos tres caminos: mitigar, adaptarnos o sufrir. Desde luego, vamos a tener de todo, pero hay que ver en qué proporciones. A más mitigación, menos nos tendremos que adaptar y sufrir, pero por ahora lo que más hay es sufrimiento.

Dada la situación geopolítica global, muy distinta a la de 2014, cuando se firmó el Acuerdo de París, ¿cree factible hacer los cambios necesarios y más urgentes?

Desde luego, las barreras más altas son las políticas, no son ni científicas ni técnicas. Necesitamos cambiar el sistema, porque hay opciones que son mejores y saldrán más baratas. Un colega me mostró su lista de acciones individuales para combatir el cambio climático; eso será efectivo para ser consciente de su huella, pero nuestra cultura olvida que lo importante es cambiar el sistema en general y la ciencia social nos dice que lo más efectivo es enganchar con el entorno. Vivimos en comunidad, tenemos un círculo de influencia y podemos usar nuestra voz para difundir lo que está pasando, eso es lo más poderoso que se puede hacer. En Estados Unidos hay investigaciones que nos dicen que, cuando a los humanos nos importa algo, reaccionamos, pero el cambio global está subestimado. Y si los políticos creen que a los ciudadanos no les importa demasiado, porque no se manifiestan, no protestan, pues no hacen nada.

¿Qué opina de los científicos que se implican en movimientos de protesta, como Scientist Rebellion, y cruzan la frontera para convertirse en activistas?

Tenemos en la ciencia un espectro muy grande. A un lado, hay científicos que publican sus trabajos, otros están en el IPCC, los hay que hacen entrevistas y divulgan, que tienen redes sociales, y también algunos son candidatos a elecciones u organizan protestas. Y necesitamos a todas estas personas. Estar en un lugar u otro depende de su conciencia. El problema es que también hay científicos que critican ese compromiso, como acaba de hacer en un artículo Ulf Büntgen en la revista Nature, con el que no estoy de acuerdo.

En general, ¿observa un repunte del negacionismo climático a medida que se exacerban sus impactos?

Sí, y es de cinco tipos distintos. Hay algunos muy obvios, que son los que dicen que no es real; los segundos son los que dicen que existe pero no es de origen humano; los terceros opinan que no tan malo, que incluso vendrá bien a las zonas más frías del planeta; los cuartos argumentan que evitar el calentamiento es demasiado difícil, o que es caro, y creen que es más fácil esperar y adaptarnos; y por último están quienes dicen que ya es muy tarde, que no hay tiempo para hacer nada, lo que es muy peligroso. En este grupo están los muy preocupados, que se unen así a los negacionistas. Y es que si pensamos que no se puede hacer nada, será verdad.

Le escuchamos en Starmus hablar de un planeta que no existe y que se construyó para otro momento humano.

Todos los códigos que tenemos para construir edificios e infraestructuras están basados en el clima terrestre del pasado, no el de hoy o el del futuro. Dónde y cómo se produce nuestra comida, el suministro de agua, nuestros canales de distribución comercial, los sistemas de salud y de electricidad, etcétera…, todo eso se ideó para otro tiempo. El 60% de las ciudades más grandes del mundo las tenemos a menos de un metro de altitud de la costa, algo que se basó en la presunción de que el nivel del mar no cambiaba; pero lo hace y cada vez más rápido, ahora es dos veces más veloz que hace 25 años. Dos tercios de las ciudades del mundo se enfrentan a ese problema. Es difícil darle la vuelta a todo, porque nunca a nivel planetario nos enfrentamos a nada similar. Lo que sí tenemos son ejemplos a nivel regional, como el de los mayas en México, una civilización que desapareció por una sequía que provocaron deforestando. Sin árboles cambiaron los patrones de lluvias y fue su fin.

Todo indica que hay una responsabilidad del sistema económico, ¿se podría también tambalear por el fenómeno que ha generado, como ocurrió con los mayas?

(Risas) Eso quién sabe. No lo podemos contestar desde las ciencias físicas. Los científicos damos la información para influir en las decisiones. Hay economistas que hablan de decrecimiento. A mí me gusta mucho la teoría económica del donut, de la británica Kate Raworth. Nos recuerda que vivimos como si en el sistema no hubiera entradas y salidas de recursos, como si estuviéramos en un planeta infinito. Pero no es así. Tenemos que evaluar las entradas y salidas y no crecer infinitamente. Otro científico alemán nos dice que podremos crecer, pero desde el punto de vista virtual, con productos digitales, pero no físicos. Solo ahí, si logramos ser más eficientes con la energía o los minerales, podría crecerse.

En Nature Conservancy se trabaja mucho con la biodiversidad. ¿Es la gran olvidada?

Sus problemas tienen la misma raíz: el uso insostenible de los recursos. Toda solución climática debe incluir la biodiversidad. Vemos que en muchas partes del mundo están colocando paneles solares en tierras útiles para la conservación y para la agricultura. Hicimos un estudio para la India y concluyó que el 78% de las tierras destinadas a fotovoltaica eran de este tipo. En Estados Unidos, hicimos otra investigación para identificar los lugares donde colocarlas, en tierras ya dañadas, arcenes de carreteras, en techos; y en Croacia, país con mucho carbón, hemos trabajado con ellos en la decisión de dónde instalar eólicos. Tenemos que pensar en soluciones climáticas que tengan presente la conservación.

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