Lecturas para verano: ‘Black, Black, Black’, de Marta Sanz
Los primeros pasos de un detective homosexual y nada convencional. Sonia Fides termina sus lecturas imprescindibles para un verano ‘Con firma de mujer’ –en la que ha atendido lo que no es novedad sino que merece atención perenne– recuperando este libro de 2010 de Marta Sanz, ‘Black, Black, Black’, un original thriller con el que la escritora madrileña iniciaba una serie de novelas con Arturo Zarco como protagonista.
Zarco es un elitista vacío. Quiñones, una estratega vital. Y el cinismo bilateral que desarrollan a lo largo y ancho de Black, Black, Black, un bolero ácido que deslumbra.
Llego muy tarde a este libro de Marta Sanz (Madrid, 1967) –publicado hace más de 10 años– a este cosmos de olores perturbadores, de estribillos que identifican a cada uno de sus personajes, de ensoñación residual, de estraperlo emocional y mariposas. A esta colmena de hombres y mujeres vencidos que resucitan paradójicamente sobre la efervescencia de un cadáver. Pero me sumerjo en él desde la primera página como quien se deja vencer por el abrazo que brinda siempre la penumbra útil.
Sanz trocea al lector página a página, con ese ritmo onírico y psicodélico con que un mago trocea a su ayudante bajo la aplastante luna de una noche de verano en la que el cielo carece de importancia.
Y contrapone con un acierto rotundo el título de esta novela negra a la potencia de una luz narrativa que coloca la luminotecnia sobre la maquiavélica enjundia del olvido institucional a determinados problemas, a determinados parias, a determinados focos de infección social.
Sanz usa la justicia como una fábula ardiente y sin moralina. Sanz no juzga, no enjuicia, tan solo expone la coralidad de la mentira, el acorralamiento paulatino de una sociedad que no produce el deslumbramiento que los poderes fácticos y sus secuaces anhelan.
Black, black, black pose una dureza espeluznante, como casi toda la obra de su autora. Está habitada por sombras que pesan como si fuesen cuerpos. Guionizada por las voces de todas o casi todas las debilidades humanas. Es un archivo humano en el que no falta de nada, es ese cajón que un psiquiatra querría mantener a toda costa cerrado a cal y canto.
Pero no se asusten porque Sanz sabe jugar al sueño de lo imposible, hacer reverberar en cada frase el calor que siempre busca la razón y será solo al final de la lectura cuando sientan ese frío extremo, relevante y cualitativo que dejan sus historias.
Sanz disecciona los cuerpos de sus protagonista y de sus lectores mientras laten, los abre en canal y muestra lo que son, y muestra lo que sienten. No hay trucos de magia más allá de la estructura narrativa. Todos son hijos de una verdad incuestionable y, por tanto, cada vez que hablan, que callan o se mueven expelen verdades incuestionables. Sanz habilita límites que hacen que su novela sea ilimitada, perturbadora, porque en ese lugar es en el que la brutalidad encuentra su más enriquecedor caldo de cultivo.
Black, black, black es una verbena vital en la que las luces que coronan su silueta van estallando a medida que dejan de ser necesarias, a medida que la intimidad argumental va necesitando de esa oscuridad provisional que merita el estadillo final. Y para ello Sanz convoca a una caterva de protagonistas capaces de volver loca a la orquesta que ha venido a cantar canciones refrescantes, mientras ellos giran y giran y giran en busca de su lugar en el mundo. Hasta que la endogamia vecinal de esta historia escupe al culpable.
Black, black, black es un volcán de ecléctica y histriónica lava que a ratos arde y a ratos es como la carne congelada que lleva a un alpinista a abandonar su deseo de celebridad. Todo está medido en este cuadrilátero repleto de hombres y mujeres fuera de forma que, aun así, golpean la carne de sus contrincantes. Sanz mezcla pesos pesados con pesos mosca, mezcla la desesperación con la esperanza, el deseo con la redención, las segundas oportunidades con el fracaso más estrepitoso, el abuso con el buenismo malsano y radical. El amor fou con el descarte social y médico de casi todas las mujeres del mundo. Mezcla la vejez con la juventud más radical, el desapego con cuerpos que arden, la indefensión con la codicia.
Black, black, black es una novela que abraza la ternura, una novela que se construye sobre el detalle, una novela que le corta todas la salidas a la improvisación. Una novela que se aleja de la prototípicas novelas negras cuya acción late dentro de la cotidianidad de sus personajes y no dentro de un sofisticado y vacuo decorado. El detective que la desencadena no es un macho alfa en busca de éxito y mujeres, es un hombre que encuentra su camino en los ojos color violeta de un joven que tiene la innata habilidad de atrapar, ya sean mariposas, ya sean tipos que pasan de los cuarenta y tienen los dedos y los pulmones coloreados por la nicotina. Y todos y cada uno de los personajes que la protagonizan son un coro de ángeles estrambóticos que van susurrándole las oraciones que tiene que rezar para convertirse en un hombre libre. Un coro que le enseña a hidratarse con Fanta de naranja, un coro que le canta nanas con mensajes que le acercan a la vida, que le hablan de la xenofobia, del abuso, de la especulación, del abandono, de la doble moral, de las mentiras que cada ser humano le compra al mundo para sentirse vivo.
Sanz convierte este libro en un testamento único, un testamento que tienen que repartirse muchos beneficiarios. En él están diseminados los vicios y virtudes de nuestra sociedad. En él hay oasis y espejismos. Personajes como Paula o Luz, prodigiosas dinamiteras, las Demóstenes del siglo XXI. Mujeres que descontaminan los lugares inhóspitos en los que el patriarcado coloca a determinadas mujeres. El diario que construye Luz Arranz entre las páginas de este libro es el jaque mate contra la estigmatización de un grupo concreto de mujeres. Es la vertiginosa correlación de verdades capaces de corromper la promoción de ciertos sectores, como el médico por ejemplo, que redundan en la destrucción masiva de porvenires.
Sanz se vale de una trama en la que encajan a la perfección los enigmas para resolverle las dudas a todos los gerifaltes que se regodean en el trabajo bien hecho, a todos aquellos que devoran las migas que va dejando la injusticia social para que ser descubierta. Sanz se recrea en los males de un país para que dejen de ser males:
“La santa misa desde la televisión”.
Sanz quiere que los perdedores dejen de serlo, quiere que estamentos como la Iglesia que devoró y devora la supervivencia de los perdedores deje de ser el ruido de fondo de las casas de este país aconfesional, aunque ni sus mandatarios se olviden todos los días del significado de esta significativa palabra.
Sanz es una entomóloga que trabaja con minuciosidad superlativa y que hace imbatibles a sus personajes buscando en los pequeños detalles la corriente invisible capaz de unificar el éxito de la narración, para enriquecerla con mensajes que se superponen a la podredumbre ambiental que marca impotente e imponente rutina:
“Los tomates, por dentro, son un fruto hermosísimo”.
Sanz denuncia sin estridencias, desde esa asepsia encargada de otorgar verosimilitud a cada palabra. Habla de esa prisión que es la menopausia para algunas mujeres, para casi todas las mujeres, esa prisión de puertas abiertas, pero de gestos vinculantes por parte de aquellos que las rodean, incluidos sus galenos:
“María Luz, en la vida no todo son las hormonas. Creo que la he descuidado un poco. Discúlpeme”.
Black, black, black es la historia que destapa muchos crímenes, aunque solo contemple la quietud de un cadáver:
“La doctora sabe trasmitir noticias malas como si el mundo no se acabase. Pero con cada mala noticia el mundo se acaba un poco”.
Es la búsqueda de la naturalidad como salvoconducto de lo cotidiano:
“Ahórrame los relatos sociales y los cuadros de costumbres. Estoy enfermo”.
Sanz tiene una manera de reelaborar la verdad enriquecedora y visceral, pero también pragmática y geométrica que blinda el poder revelador de la historia.
Black, Black, Black es la sátira revestida de recalcitrante ternura. Una historia de efervescente contradicción, la historia que hubiese jugado a la ruleta rusa con la cabeza del mismísimo Pérez Galdós. Y sí sé, como dicen los chilenos, que Black, black, black es un libro que ya no ofrecen las alambicadas y selectivas –que no selectas– mesas de novedades, pero también sé que LEER no es ese acto de desesperado esnobismo capaz de alejarnos de lo esencial.
‘Black, Black, Black’. Marta Sanz. Anagrama, 2010. 332 páginas.
Aquí las otras tres lecturas imprescindibles para un verano ‘Con Firma de Mujer’:
‘No soñarás flores’, de Fernanda Trías
No hay comentarios