‘Occupied’, una serie política protagonizada por el cambio climático

Imagen promocional de la serie noruega 'Occupied'.

Imagen promocional de la serie noruega ‘Occupied’.

Imagen promocional de la serie noruega 'Occupied'.

Imagen promocional de la serie noruega ‘Occupied’.

Se acaba de estrenar ‘Occupied’, una serie noruega centrada en los juegos de la política, pero en la que el cambio climático tiene un papel protagonista y decisivo. Una de las grandes preocupaciones de la sociedad llevada con maestría a la pequeña pantalla. 

Las grandes productoras de cine y series eligen los temas sobre los que girarán sus producciones en base a lo que interesa a un público amplio. Algo mucho más fácil de afinar con el desarrollo del Big Data y otros instrumentos de precisión científico-social. La inversión que requiere una serie de diez capítulos es enorme, y a diferencia de un libro, las empresas no pueden permitirse un fracaso comercial total.

Aunque hay excepciones, no experimentan con gustos, no los guían o crean, sino que estos, previamente analizados, les sirven como base para dar a un público lo que inconscientemente (con las búsquedas en Google, los likes o el tiempo que pasamos frente a según qué noticias ante la pantalla de su ordenador) pide ver. Cada serie importante es, en el fondo y ante todo, un síntoma más de las preocupaciones y los temas de nuestro tiempo. Movistar + acaba de estrenar Occupied, una serie noruega en la que esta realidad queda bien clara por partida doble.

Cambio climático

Un primer ministro noruego ecologista se dispone a inaugurar una planta nuclear que funciona con torio. Está convencido de que es la tecnología y la energía limpia del futuro. Cuando hacía un año llegó al cargo, había cumplido su promesa electoral y había cerrado las plataformas petroleras y gasistas del país, aduciendo conciencia ecológica para forzar la transición energética de Europa.

Desde que tomó aquella decisión, las relaciones con la UE han alcanzado un punto límite. El continente le pide que reabra las plataformas, ya que Oriente Medio está sumido en guerras interminables y ha dejado de proveer lo suficiente para mantener la economía en pie. Mientras, Estados Unidos ha alcanzado la autosuficiencia y se ha desentendido de la suerte de sus otrora aliados europeos. El primer ministro recibe insistentes presiones para que reconsidere el anuncio que debe hacer en dicha inauguración. La canciller alemana y el comisario europeo intentan contactar telefónicamente con él antes de que ratifique el abandono del petróleo. El primer ministro, consciente del peso de su decisión, ordena que no le pasen ninguna llamada.

El discurso del líder noruego apela a argumentos irrefutables sobre la insostenibilidad de la economía de los combustibles fósiles, sobre la necesidad de iniciar ya, aquí y ahora, el cambio de modelo energético, sobre la urgencia de pensar en el pacto intergeneracional con los que nos sucederán en el tiempo. Cree que la ruina económica es un mal menor frente a la ruina medioambiental. La primera puede, además, actuar como incentivo que fuerce a tomar por fin las medidas necesarias. Casualmente, he visto la serie al mismo tiempo que conocíamos que una de las causas del parón turístico en España ha tenido también relación con el verano extremadamente caluroso en los países escandinavos. El calentamiento global trae una inesperada competición por el «sol y playa» con países tradicionalmente fríos.

En otra de las tramas de la serie observamos la vida de la mujer de uno de los periodistas que están cubriendo el acto del primer ministro. Regenta un restaurante venido a menos, con escasos clientes y ambiente funerario. Se ve obligada a despedir a la mayoría del personal, y su desánimo es patente durante todo el primer capítulo. No entra nadie porque la economía del país está parada tras el cierre de su principal atractivo económico y fuente de riqueza.

El miedo a Rusia

Todo esto ocurre en los primeros veinte minutos del primer capítulo. Parece claro que todo girará alrededor del cambio climático, de nuestros miedos más atávicos a desaparecer como especie y a la dolorosa transición económico-social que implica ahuyentar ese peligro. Intuimos que se hablará y reflexionará del peso de las decisiones relacionadas con la transición ecológica, de la dificultad de asumir los daños colaterales que dicho cambio conlleva. Y es así. Con el agobio explícito de los líderes europeos y con la trama paralela del restaurante, queda claro que una decisión correcta en términos morales puede ser nefasta en términos humanos para mucha gente. El primer ministro transmite ese peso, pero se mantiene firme.

Aunque el cambio climático y la convivencia entre hombre y naturaleza en el Antropoceno ya tienen suficiente carga dramática, la serie da un giro en el primer capítulo que desvela su ambición. A la salida de la inauguración de la planta nuclear de torio, un comando de encapuchados secuestra al primer ministro tras haberse hecho con el control de su helicóptero. Uno de los escoltas sigue desde tierra con el coche el recorrido del aparato. Tras unos minutos en los que el helicóptero aparece y desaparece del alcance de la vista, el escolta se encuentra en mitad de una carretera secundaria a un primer ministro desorientado y en shock. Lo conduce a Oslo, a la sede del Gobierno, donde éste informa a su Gabinete de que cambia de opinión respecto al cierre definitivo de la industria del petróleo. Volverá a reabrirse con ayuda de técnicos y soldados rusos, y pide que se acostumbren a verlos por todo el país.

¿Qué ha pasado en el helicóptero para que el primer ministro cambie radicalmente de postura? Un flash back nos muestra la escena a la mitad del primer capítulo. Los secuestradores, encapuchados y hablando con acento ruso, han conducido el helicóptero hasta un claro del bosque, donde han parado y abierto un ordenador portátil para que el líder noruego preste atención. En la pantalla aparece un hombre de aspecto formal, hablando en videoconferencia desde un despacho. El primer ministro se dirige a él como comisario (europeo), y éste le pide que dé marcha atrás a su decisión, que está creando una catástrofe económica en Europa. Ante las reticencias del primer ministro, aparece en pantalla también la primera ministra sueca, que le dice que tienen el apoyo de Rusia, y que se arriesga a un conflicto militar con consecuencias devastadoras. Le informa de que los rusos ya van para allá a poner otra vez en marcha la industria petrolera.

El coste de la decisión del primer ministro de cerrar las plataformas de petróleo se vuelve súbitamente insoportable. A su vuelta a Oslo habla con su Gabinete y explica que ahora el mal menor es volver a la vieja industria contaminante y gestionar su desaparición de forma escalonada. Dado que no ha habido testigos relevantes del suceso (eso es lo que equivocadamente creen), harán como si el secuestro no hubiera ocurrido y explicarán que el cambio de opinión es genuino y libre. Así lo explica el primer ministro en un mensaje por televisión. Cuando la dueña del restaurante sin clientes escucha por boca del primer ministro que habrán de acostumbrarse a la presencia de técnicos y soldados rusos por sus calles, no puede evitar sonreír aliviada.

Los aviones rusos comienzan a sobrevolar la ciudad, los petroleros a surcar los mares en busca de las plataformas petrolíferas para reiniciarlas, y los trabajadores y gestores rusos comienzan a llenar los comercios que languidecían pocos días atrás. Existe calma aparente, pero se adivina un malestar de fondo que es más explícito en las fuerzas armadas y en algunos sectores políticos. El periodista que iba a cubrir la inauguración de la planta lo ha visto todo y se dispone a contarlo en su periódico.

Eso transcurre en los dos primeros capítulos, trepidantes y llenos de historias abiertas. Las expectativas que genera una trama tan buena y tan apegada a dos de nuestros debates internacionales más angustiosos (el calentamiento global y la nueva Rusia, percibida como una amenaza en Europa) parecen difíciles de colmar. Pero merece la pena comprobarlo. La unión de los dos temas no es caprichosa, pues Rusia, además de tener un gas y un petróleo indispensables para Europa, es una de las principales preocupaciones de Noruega, Suecia, Finlandia y los países bálticos desde hace décadas. Algo que se acrecienta con el deshielo del Ártico y las nuevas rutas comerciales por el Polo.

Por otro lado, no cuesta imaginar la idea de un presidente norteamericano que incendia Oriente Próximo y, amparado en la promesa proteccionista, se desentiende de la suerte de sus pares europeos. No hemos llegado a eso aún, pero ese es el temor que sustenta las palabras de Merkel o Macron cuando dicen que ya no podemos confiar nuestra seguridad a ningún viejo aliado.

Una serie que plantea un escenario distópico sobre temas esenciales que quizá venga bien contemplar en la ficción para aprender a evitarlo en la realidad.

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Comentarios

  • Mon

    Por Mon, el 06 septiembre 2018

    Llegáis, Movistar+ y tú, tres años tarde.
    La intención era buena, pero ya está vista hace dos.

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