Pidamos PAZ en cada gesto, cada palabra, cada instante

Manifestación en Madrid por la Paz y el alto el fuego en la ocupación de Gaza por parte de Israel. Foto: R. Ruiz.

El 6 de octubre, se entregaba el Nobel de la Paz, que este año ha sido concedido a la activista iraní de Derechos Humanos Narges Mohammadi, actualmente encarcelada en Teherán, por «su lucha contra la opresión de las mujeres en Irán y sus esfuerzos por promover los derechos humanos y la libertad para todos». Al día siguiente, comenzaba el infierno en la Franja de Gaza. Desde entonces, millones de personas no han dejado de clamar ante la barbarie. Hoy, ahora, más que nunca, la paz es un bramido que atraviesa el planeta junto con el gemido los supervivientes y el llanto espantado de sus allegados.

Octubre era un mes programado para celebrar la paz y la no violencia. En homenaje a Mahatma Gandhi, el líder del movimiento de la Independencia de la India y pionero de la filosofía de la No Violencia, la Asamblea General de la ONU incorporó en las agendas oficiales la fecha de su nacimiento (2 de octubre) para «asegurar una cultura de paz, tolerancia, comprensión y no violencia». En un presente atravesado por la barbarie, esta efeméride abría un pequeño espacio a la conciliación en las agendas oficiales.

Cuatro días después, el 6 de octubre, el comité de los afamados premios Nobel concedieron el de la Paz a la activista iraní de Derechos Humanos Narges Mohammadi, quien está actualmente cumpliendo una larga condena en la prisión de Evin en Teherán, por «su lucha contra la opresión de las mujeres en Irán y sus esfuerzos por promover los derechos humanos y la libertad para todos».

El reconocimiento de la defensa de los derechos humanos está irremediablemente ligado a la crueldad, pero también al inextinguible poder de quien se enlaza profundamente con la defensa de una vida justa y digna. Narges Mohammadi lleva entrando y saliendo de la cárcel desde hace más de 12 años, debido a su trabajo como defensora de los Derechos Humanos y concretamente por su esfuerzo para ayudar a los activistas encarcelados, pedir justicia, reclamar verdad, acompañar a los familiares de víctimas de la violencia policial y clamar contra la pena de muerte. En enero de este año la condenaron a 10 años y ocho meses de prisión y a 154 latigazos por delitos relacionados con la seguridad nacional. El juicio fue injusto, duró cinco minutos y no tuvo acceso a un abogado. En protesta por el carácter injusto del caso, decidió no apelar la condena.

Incluso desde dentro de la prisión, y a pesar de su frágil salud, Narges ha seguido dando a conocer los abusos que se viven tanto en el país como dentro de las cárceles. Al poco tiempo de entrar en prisión, en una carta escrita desde Evin, detalló cómo las mujeres detenidas en las protestas antigubernamentales que han arrasado el país estaban siendo abusadas sexual y físicamente.

Al día siguiente de la concesión del Nobel de la Paz comenzaba el infierno en la Franja de Gaza. Desde entonces, millones de personas no han dejado de clamar ante la barbarie. Hoy, ahora, en este mes, más que nunca, la paz es un bramido que atraviesa el planeta junto con el gemido los supervivientes y el llanto espantado de sus allegados. En esta noche oscura, el estruendo de las armas, de la venganza y el odio, no apaga la llama de quienes amamos la vida y la preservamos.

“Te quiero. Lo siento. Aquí estoy”, se dijeron las dos amigas una semana después. Aziza Hasan, musulmana devota, y Andrea Hodos, una judía devota, se abrazaban, sentadas en la hierba reseca de un bullicioso parque a 10 kilómetros al oeste del centro de Los Ángeles. No estaban solas, las rodeaba un círculo de personas judías y musulmanas, todas miembros de NewGround, un programa de becas sin fines de lucro que ha ayudado a más de 500 musulmanes y judíos de Los Ángeles a aprender a escuchar, discrepar y empatizar unos con otros, y a hacerse amigos. Hasan, cuya familia tiene raíces en los Territorios Palestinos, dirige NewGround. Hodos, que residió en Israel, es su directora asociada desde 2020. Su abrazo resume los cientos de manifestaciones que reclaman el final de este espanto.

“No utilicen nuestro dolor para causar más muertes y provocar el dolor de otras personas y otras familias”, dijo Noy Katsman ante cientos de personas en el funeral de su hermano Hayim, pacifista, secuestrado y asesinado por Hamás. “No tengo ninguna duda de que, incluso frente a las personas de Hamás que le asesinaron, Hayim seguiría alzando la voz contra los asesinatos y la violencia contra personas inocentes”.

El tiempo dirá si fue casualidad o no, pero muchas de las personas a las que Hamás hirió, secuestró y mató luchaban a favor de la paz y soñaban con un futuro diferente. Hayim era uno de los antiguos soldados del Ejército israelí que testificaron para Breaking the Silence (Rompiendo el silencio), un grupo fundado por combatientes veteranos israelíes para documentar abusos por parte de los militares en los territorios ocupados palestinos. Su director ejecutivo, Avner Gvaryahu, ha recordado en estos días que la organización ha tenido que afrontar polémicas y ataques del Gobierno en contra de su labor. A pesar de ello, la voz de quienes defienden la paz se mantiene en pie. En Israel cualquier manifestación en favor de la paz tiene incidencia pública; con esa conciencia, Ziv Stahl, directora ejecutiva del grupo de defensa de los derechos humanos Yesh Din, ha publicado una tribuna para el periódico israelí Haaretz en la que decía: “No necesito venganza, nada nos devolverá a aquellos que se han ido. Ni todo el poder militar de la Tierra nos proporcionará defensa y seguridad. La única solución pragmática posible es la política”.

La paz no puede ser una letanía; ni siquiera lo es para el papa Francisco, quien en su defensa de la no violencia ha exhortado a sus creyentes en estos días a ir más allá de las palabras. “Silencien las armas”, declaró en una audiencia general. “Escuchen el grito de paz de los pobres, de la gente, de los niños. Hermanos y hermanas, la guerra no resuelve ningún problema, solo siembra muerte y destrucción, aumenta el odio y multiplica la venganza. La guerra cancela el futuro. Exhorto a los creyentes a tomar en este conflicto una sola parte: la de la paz; pero no de palabra, con la oración, con la dedicación total”. Su punto de partida fue convocar una jornada de oración y ayuno para el pasado 27 de octubre. Todo menos dejarse llevar por la impotencia.

¿Cómo pasar de la palabra a la acción? ¿Qué hacer ante la barbarie? Dejar que nos atraviese. Abramos los ojos a la crueldad con el mismo asombro que produce la inmensidad de un cielo estrellado y, desde ahí, atravesadas por lo inabarcable, cuidando nuestro aliento, clamemos la paz en cada gesto, en cada palabra, en cada instante, con la rotundidad de los huracanes, la valentía de Narges Mohammadi, la humildad de Aziza Hasan y Andrea Hodos, la generosidad de Noy Katsman y la certeza de Ziv Stahl, sabiéndonos parte de un mismo rugido.

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