El poder de las palabras frente a Bolsonaro, Trump, Ortega, Vox…

El candidato ultraderechista a la presidencia de Brasil Jair Bolsonaro (Foto: Marcelo Camargo / Agencia Brasil)

El candidato ultraderechista a la presidencia de Brasil Jair Bolsonaro (Foto: Marcelo Camargo / Agencia Brasil)

El candidato ultraderechista a la presidencia de Brasil Jair Bolsonaro (Foto: Marcelo Camargo / Agencia Brasil)

El candidato ultraderechista a la presidencia de Brasil Jair Bolsonaro (Foto: Marcelo Camargo / Agencia Brasil)

En Brasil y en EEUU, la sinrazón de energúmenos como Bolsonaro y Trump. En Europa el fascismo avanza con rapidez y sus botas amenazan la libertad y la convivencia. Incluida ahora España, con Vox y la caída hacia extremos de la derecha tradicional. Sitúan de nuevo al diferente en la diana del odio. Expanden el miedo para manejarnos. El momento que vivimos tiene inquietantes parecidos con el primer tercio del siglo pasado, que dio paso a guerras y totalitarismos. Y frente a todo ello, ¿qué podemos hacer desde las palabras, la literatura y la poesía? Nos detenemos en grandes autores como Berger, Carver y Chirbes, Riechmann y Mestre, que nos recuerdan lo verdaderamente importante.

Perdonen que me ponga así en un domingo de descanso, pero uno lee las noticias y tiene la sensación de que poco a poco nos vamos acercando al abismo, si es que no estamos ya al borde del precipicio. Si los brasileños no lo remedian, el ultra Bolsonaro será el nuevo presidente del gigante americano. A Trump ya lo tenemos instalado en el país más poderoso del mundo. Ortega, que antaño encarnó el sueño de otra revolución posible, se ha convertido en el nuevo Somoza. En Europa el fascismo avanza con rapidez y sus botas amenazan la libertad y la convivencia. Sitúan de nuevo al diferente en la diana del odio. El momento que vivimos tiene inquietantes parecidos con el primer tercio del siglo pasado. La mentira y las fake news recorren las redes sociales y el periodismo se encuentra tan malherido que apenas puede combatirlas. Hay inquietantes similitudes con esa época de la historia, pero además ahora contamos con una amenaza nueva: el cambio climático y la degradación ambiental. El planeta sobrevivirá, claro, pero lo que no sabemos es si nosotros sobreviviremos y en qué circunstancias. Me pregunto qué puede hacer la literatura al respecto, qué pueden hacer las palabras, si aún sirven para algo.

Creo que sí, que en ellas reside una parte de nuestra esperanza. Escribir y leer son una forma de resistencia. Una manera de parar el tiempo. La lentitud, tan denostada en un mundo en el que nos come la prisa, es una condición de la buena literatura. Una sociedad en la que uno no puede permitirse leer una novela de mil páginas es una sociedad que no funciona, en la que falla algo. La rapidez con la que nos vemos obligados a vivir, sin prestar atención a lo que nos rodea, es la primera victoria del sistema, nuestra primera derrota. Vemos pero no miramos. La escritura y la lectura se convierten entonces en un acto de resistencia, en un primer dique que nos devuelve nuestra condición de individuos capaces de crearnos un mundo propio.

En El siglo del gran prueba, como llama Jorge Riechmann al siglo XXI (pues está en juego la vida tal y como la conocemos), este filósofo aporta diez razones que convierten a la poesía en una forma de resistencia. Entre ellas, el arte de vivir y el humanismo. El arte de vivir: “¿Qué nos recuerda la poesía? Que lo esencial de la vida, lo que realmente importa, es algo que está más allá de la estadística y de la máquina, de la prisa y de las ocupaciones, del ruido y del progreso: algo que tiene que ver con la respiración, el vínculo y el silencio. Y que ese algo difícil de cerner está siempre ahí”. Humanismo. “El principio del humanismo dice: ningún ser humano, en su vida compartida, es reemplazable. El principio de la poesía reza: ninguna palabra, en su contexto de sentido, es sustituible”.

Y otro poeta, Juan Carlos Mestre, en una entrevista para El Asombrario, me comentaba: “La poesía, la palabra, se convierte en una forma de resistir. La poesía también tendrá algo que decir, creo yo, ante esta catástrofe, ante la tenebrosa mentira que articula sistemáticamente el poder sobre el bien colectivo entendido como defensa de la dignidad humana. Hoy, como en otras épocas, acaso sea la palabra, el lenguaje configurante de las poéticas de liberación, la que deba constituirse en un acto de radical delicadeza contra la soberbia obstinación de los mercaderes para regir el destino de la humanidad. En ese sentido, la nostalgia de porvenir que supone todo poema ha de llevarnos más lejos que el silencio cómplice tantas veces amparado por la degeneración romántica de la esperanza, la impotencia. Creer que la historia ha terminado es un auto enorgullecimiento inútil, el proyecto continúa, la vida afortunadamente continuará, incluso a pesar de nosotros. El gran sueño sigue vigente, y la desobediencia ante el ejercicio arbitrario de todo poder será la mejor herramienta para ayudar a construir la incierta casa de la verdad”.

En este mundo tan sombrío en tantas cosas, la palabra se hace más necesaria que nunca. Me gusta mucho el apunte del poeta René Char en Hojas de Hipnos, escrito en un campo de concentración nazi, cuando afirmaba (algo así): “No hay espacio para la belleza. Todo el espacio es para la belleza”. Esta inutilidad y necesidad al mismo tiempo del lenguaje y la belleza me parece una paradoja maravillosa. Si estamos en un tiempo de oscuridad, como la que vivió Char, las palabras y la belleza pueden servirnos de antorcha.

Una antorcha que nos ilumine, que nos obligue a mirar. “La vista llega antes que las palabras. El niño mira e identifica antes de hablar”, asegura Berger en Modos de ver. “Sin embargo, que la vista llegue antes que las palabras, y que estas nunca la cubran por completo, no es una cuestión de reacción mecánica a los estímulos. Solo vemos aquello que miramos y mirar es un acto de elección”, asegura el escritor británico.

Mirar es una elección. Quizás la elección más importante que debe asumir un escritor, como nos recordaba Rafael Chirbes, cuyas novelas fueron tan premonitorias. En el futuro, cuando los historiadores quieran saber cómo era la España de este principio de siglo, más que consultar las hemerotecas, si es que siguen existiendo y no se han volatilizado en un mundo virtual, deberán leer las novelas de autores como Chirbes. Nos dice el escritor valenciano: “No hay orden novelesco sin punto de vista, que es tanto como decir que no hay novela sin que el autor ponga a prueba su fuste ético. Encontrar ese lugar desde el que mirar y escribir yo diría que es el único y verdadero problema al que se enfrenta el novelista, ya que se trata nada más y nada menos que de poner en orden y dotar de sentido la infinita variedad en la que se le ofrece la vida”.

Como el poder, también la novela, la literatura, cambia de manos. Es una hija de una época. Y en este contexto los escritores que nos sentimos comprometidos con nuestro tiempo no trabajamos con certezas ni la literatura se basa en consignas. Lo que hacemos cuando escribimos es buscar a tientas en la oscuridad. De nuevo Chirbes: “El lenguaje literario acaba reflejando las tensiones de su tiempo utilizando lenguajes que ni el propio autor imaginaba en esa ambigua zona de encuentro entre lo público y lo privado. Cuando sustituye la investigación por la consigna, la obra literaria renuncia al aura con que la viste su enunciación de lo no dicho. La novela no puede dejar de detectar el complicado juego de tensiones de su época. Se cuelan dentro de ella, y también la iluminan desde el exterior, la cercan.”

Internet, falsas noticias, uno de los principales problemas de nuestra época es precisamente recuperar el valor de las palabras (Aznar y Cía invadieron Iraq en nombre de la libertad, por ejemplo). Y de ahí que sea tan importante la literatura como dique frente a la mentira.

Recuerdo un cuento de Raymond Carver, ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Cuatro amigos se reúnen en la casa de uno de ellos y divagan en torno a lo que es el amor verdadero. Sin embargo, de lo que trata el cuento en realidad es de la imposibilidad del lenguaje para definir las cosas y a la vez la necesidad del lenguaje para hacerlo. Por eso seguimos necesitando las historias. La literatura es más necesaria que nunca. Porque en la medida en que dejemos de necesitar historias dejaremos de ser humanos para ser otra cosa.

En la impagable conversación final que mantienen Ryszard Kapuściński y John Berger en Los cínicos no sirven para este oficio, un libro que debería ser de lectura obligatoria para quien se dedique a contar historias de ficción o no, afirma el autor británico: “Lo contrario de un relato no es el silencio o la meditación, sino el olvido. Siempre, siempre, desde el principio, la vida ha jugado con el absurdo. Y dado que el absurdo es el dueño de la baraja y del casino, la vida no puede hacer otra cosa que perder. Y sin embargo, el hombre lleva a cabo acciones, a menudo valientes. Entre las menos valientes, y no obstante, eficaces, está el acto de narrar. Estos actos desafían el absurdo y lo absurdo. ¿En qué consiste el acto de narrar? Me parece que es una permanente acción en la retaguardia contra la permanente victoria de la vulgaridad y de la estupidez. Los relatos son una declaración permanente de quien vive en un mundo sordo. Y esto no cambia. Siempre ha sido así. Pero hay otra cosa que no cambia, y es el hecho de que, de vez en cuando, ocurren milagros. Y nosotros conocemos los milagros gracias a los relatos”. Hagamos que existan esos milagros.

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