Seis libros para conectar con la naturaleza

Ilustración de Elena Hormiga para el libro ‘Toletis y las jirafas’, de Rafa Ruiz.

Seis lecturas verdes para estos días de descanso en Semana Santa. Os recomendamos seis libros que nos abren la mente, nos esponjan el corazón y nos hablan de conexión con la naturaleza, de relajarnos y mirar a los árboles y al resto de los animales como si fueran uno con nosotros mismos. De ‘Horas de invierno’, de Mary Oliver, a ‘Un trozo de tierra’, de Santiago Beruete. De ‘Toletis y las jirafas’, de Rafa Ruiz, a la antología de ‘La poesía de los árboles’. De ‘Vivificar’, de Andreas Weber, a ‘Devenir animal’, de David Abram.

Este cálido comienzo de primavera me ha acompañado el último libro de ensayo traducido al castellano de Mary Oliver, Horas de invierno, publicado por Errata Naturae, en una edición exquisita, no solo desde el punto de vista estético, sino también por el proceso seguido para producir el libro. Lo explica la propia editorial al comienzo, en un alarde de transparencia que es muy de agradecer. Sí, editar un libro también tiene un impacto socioambiental y desde Errata se han propuesto minimizarlo al máximo.

Digo ensayo aunque, como ya ocurriera con La escritura indómita, todo un descubrimiento que me ha marcado como lector y escritor, Horas de invierno es una extensión de su poesía. Aunque todo lo que escribe Oliver tiene una hondura fuera de lo común, me han interesado especialmente los textos en los que desnuda las razones de algunos de los poetas que la han marcado, las “lenguadinas” (aforismos/poemas), a los que ya me he hecho adicto, y, por supuesto, el último ensayo, que da título al libro. De nuevo Oliver nos ofrece su mirada trascendentalista (Emerson es uno de sus filósofos de cabecera), lírica, pasional y cercana, en la que la escritura, la naturaleza, la vida y las cosas se fusionan. No se considera una ecologista como tal, nos dice, pero la naturaleza (alejada de todo romanticismo) habita en cada uno de sus poemas, en una simbiosis perfecta entre la palabra y la vida. Este nuevo libro quizás no alcance la redondez de La escritura indómita, pero es igual de imprescindible. “Aquel ser humano que no conoce la naturaleza, que no camina bajo las ramas y las hojas como bajo su propio techo, es parcial y está herido”, escribe en el último ensayo. La descubrí  no hace mucho, pero sé que Mary Oliver es una de esas autoras que me acompañarán toda la vida. Sus libros (la poesía está traducida por Valparaíso) son para mí refugio donde resguardarse de las tormentas del mundo.

Las estaciones ya no son lo que eran y hace tiempo desaparecieron las luciérnagas, como ya alertó Pasolini. La luz que nos puede guiar para salir de la crisis ecológica y el auge del neofascismo es cada vez más menguante y tenue. Por eso me ha gustado tanto que las luciérnagas hayan regresado, aunque sea en la ficción, en Toletis y las jirafas (MadLibro), la nueva entrega de este personaje entrañable, Toletis, un niño sensible y amante de la naturaleza que habita junto a sus amigos, Claudia, Tután  y otros animales (no humanos), en un pequeño pueblo del norte de España. Como en las tres anteriores ediciones, Toletis vendría a ser una especie de alter ego del niño que fue su autor, Rafa Ruiz, compañero de El Asombrario, aunque en esta ocasión el escritor está presente en la narración como si fuera un personaje más. Aventuras, complicidades, la inocencia que no deberíamos perder y la magia de la realidad se dan cita de nuevo en Toletis y las jirafas, una enmienda a la totalidad a la idea de que haya una España vacía. Un libro, doce cuentos, como los meses, para disfrutar a cualquier edad, para dejar a un lado las batallas cotidianas y relajarnos, como estuviéramos en un jardín.

Desde los clásicos sabemos que habitar un jardín es el comienzo de un pensamiento. Sobre lo que pueden enseñarnos estos espacios que han ido evolucionando a lo largo de la historia ha meditado mucho el filósofo y escritor Santiago Beruete. Acaba de publicar Un trozo de tierra (Turner), con el que cierra la tetralogía que comenzó con Jardinosofía, publicado en la misma editorial. A diferencia de los tres libros anteriores, que se mueven en el terreno del ensayo más híbrido y narrativo, Un trozo de tierra es una colección de cuentos, en el sentido último de la palabra, en los que tampoco falta el ensayo y la convicción de que el cuidado y la contemplación de un jardín pueden cambiarnos la vida. Para superar la actual crisis ecológica, qué mejor escuela que la del huerto y el jardín, la pequeña azada que se hunde en la tierra. Las plantas, nos viene a decir Beruete, nos enseñan a ser mejores personas con el resto de humanos y de seres vivos, lo que no deja de ser un camino hacia la supervivencia como especie.

Y una cosmovisión.

Como la que nos ofrece el escritor y ecologista norteamericano David Abram en Devenir animal (editorial Sigilo), un libro que no deja indiferente. Muy próximo a lo que se ha venido en llamar la ecología profunda, Abram va más en nuestro vínculo con el entorno y halla una conexión con todo lo que nos rodea y nos involucra, desde la mesa en la que trabajamos a la tierra que nos sostiene. Todo está conectado en relaciones de interdependencia, lo que debería alejarnos del antropocentrismo. Devenir animal está en la mejor tradición del Nature writing, en la que el pensamiento más incisivo y esclarecedor se mezcla con la narración de la propia vida. Abram entrevera con mucha sabiduría, a veces incluso con un aliento poético, el recuento de sus días, junto a su mujer y su hija, con la observación del mundo al que pertenecemos.ç

Ilustración de Leticia Ruifernández para el libro ‘La poesía de los árboles’.

En Vivificar (Kairós), el filósofo y biólogo alemán Andreas Weber también cuestiona el Antroproceno y su máxima, que ha regido hasta ahora, de que los humanos controlamos la Tierra (hemos recibido ese derecho de dios) y que todo está a nuestro servicio. Esta idea, además de habernos llevado al desastre, es falsa, argumenta Weber, puesto que nosotros también formamos parte de la naturaleza, no somos un ente desgajado. Weber propone alejarnos de la idea falsa del progreso, de la techné como motor de la vida, lo que nos ha llevado al ecocidio, y sustituirla por la de poiesis. “Basándome en los nuevos descubrimientos, predominantemente en biología y economía, propongo una visión diferente. Sostengo que la experiencia vivida, el significado encarnado, el intercambio material, y la subjetividad son factores clave que no pueden excluirse de una imagen científica de la biosfera y sus actores”.

Poiseis. Poesía. Belleza a través de la palabra. Palabras como hojas de un árbol. Como las que leemos en La poesía de los árboles, una preciosa antología de la editorial Nórdica que reúne a poetas de todos los continentes para reivindicar el bosque, el árbol, como una parte esencial de los humanos. Estamos hechos de hojas y de palabras, podríamos decir con todos ellos. La edición de Ignacio Abella (como en cualquier antología, siempre se echan en falta algunos nombres fundamentales, como la citada Mary Oliver o Jorge Riechmann, por citar algunos autores), con ilustraciones de Leticia Ruiférnandez, en sí mismas pura poesía visual, convierten este libro en una joya para todos los amantes de las letras y de los bosques.

Una reivindicación de la belleza y una alerta de lo que podemos perder si proseguimos en la senda autodestructiva que nos marca esa techné de la que habla Weber y que nos nubla la vista. Escribe la poeta nicaragüense Esthela Calderón: “El sonido de la primera palabra vino de un árbol, / y los animales y las aguas respondieron. / El primer humano era sordo. / No escuchó el soplo de la corriente vital. / Desde entonces heredamos la sordera”.

Aún tenemos pendiente escuchar a los animales y los árboles.

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