Urban Planting Project: Azoteas comestibles como refugios climáticos

Una de las azoteas del Urban Planting Project de Barcelona. Foto: Pilar Sampietro.

En esta última semana que engarza el relax de agosto con la ‘vuelta al cole’ de septiembre, en ‘El Asombrario’ vamos a aportar diversas reflexiones sobre asuntos candentes que nos calentaron este verano. Hoy nos detenemos en las cada vez más asfixiantes e insistentes olas de calor producidas por el cambio climático. Subimos a las azoteas de la iniciativa Urban Planting Project, puesta en marcha en Barcelona. “Si no hacemos nada, en 10 o 15 años nadie podrá vivir en el centro de la ciudad; desde fin de mayo hasta septiembre hace demasiado calor”.

Llego acalorada a la terraza del centro cultural y social que hay en el barrio gótico de Barcelona, detrás del Ayuntamiento, el Pati Llimona. Me cuentan que allí hay alguien que está experimentando con plantas de Maracuyà, Passiflora y otras tropicales para reducir la temperatura y cultivar. Tengo que conocerlo.

Cuando entro, mi vista cambia a un jardín bajo toldo hecho con cintas de ropa y postes de bambú. Pero lo mejor es que toda la vida vegetal que veo a mi alrededor permanece exuberante aún con un termómetro muy alto. Y además, un artilugio de tubos, conexiones, contenedores de porexpan y cajas de fruta crean un paisaje post petróleo, al mejor estilo MadMax que nos asegura un futuro prometedor.

Su creador es Christopher Hepp, médico de profesión y experto hortícola que a través de los años ha aplicado su observación a plantas “algo diferentes” para conseguir una fórmula de éxito basada en lo esencial. “Una planta necesita cuatro cosas”, dice, “sol, agua, aire y tierra. Si manejas estas cuatro cosas puedes hacer crecer casi cada planta en muchas situaciones distintas”.

Comenzaron a hacer pruebas con Maracuyá, Passiflora, con Papaya y con Cayote; parece que Barcelona tiene un clima excelente para que crezcan frutas tropicales y subtropicales. Lo afirma, porque sabe que en la ciudad mediterránea el invierno casi nunca sufre temperaturas bajo cero y con el cambio climático la temperatura todavía es más elevada. En sus pruebas consiguió cultivar en la terraza, sin problema, tomates y fresas en enero. Ha probado con jengibre, cúrcuma y otras tropicales, y todo crece. La razón es lo que él denomina el “efecto isla de calor”.

Los centros de las ciudades de la Península, especialmente los cascos viejos urbanos, se calientan mucho más que los pueblos y las localidades pequeñas y espaciadas. Se debe a la construcción, a la densidad de casas, no corre el aire, hay mucho cemento, muchas piedras que almacenan la energía del sol y durante la noche recibes la radiación de todo este calor concentrado. Por eso en la ciudad la temperatura no baja mucho durante la noche.

Chris llegó a Barcelona en 2001 desde Kosovo, decidió observar la temperatura en verano y ha comprobado cómo cada año es peor. “Si no hacemos nada”, nos avisa, “en 10 o 15 años nadie podrá vivir en el centro de la ciudad; desde fin de mayo hasta septiembre hace demasiado calor. Los humanos tenemos limitaciones claras debido al calor, nos cambia el humor, duermes mal, y eso impacta en tu relación social, tienes impactos en tu vida, en tu trabajo. Los primeros en notarlo son los ancianos y los niños, vamos a ver una afectación grande en estos colectivos”. Chris tiene claro que hay que encontrar soluciones y la suya, el cultivo en la terraza con fórmula hidropónica casera, es una muy buena.

Con las altas temperaturas, el tomate plantado al sol directamente tiene sus limitaciones, probar con una sombra de otra planta superior y quizás plantar albahaca más abajo que crezca con la sombra de las hojas de las tomateras es una solución.

¿Y cómo funciona? Se trata de un ciclo cerrado en el que utiliza un sistema de riego por goteo y alimentación de agua con nutrientes naturales. El ciclo con agua de lluvia recuperada y filtrada, en un contenedor reutilizado, bombeada por un motor articulado por la energía de una pequeña placa solar. A medio camino hay instalados unos depósitos de agua, a manera de piscina, donde crecen peces y pronto cangrejos de río. Chris los alimenta con la idea de que vayan dejando en el agua sus excrementos; al mezclarse los microorganismos con el agua siguen el circuito de la tubería de riego y llegan a alimentar todas las plantas. Es un ciclo cerrado y con muy poca pérdida de agua, porque la que sobra vuelve a la red.

Pero lo curioso es cómo crecen las plantas. Cada una de ellas en un pequeño vaso de plástico también reutilizado, lleno de buena tierra y muy agujereado en su base para facilitar no solo el drenaje, sino la búsqueda de alimento por parte de la raíz. Los vasos y las plantas se distribuyen en cajas de porexpán, llenas de arcilla expandida y siempre húmeda que alimentan a la planta a través de sus raíces sólo con el agua que necesitan. Lo demás es cuestión de experiencia y de conocer la simbiosis entre plantas.

Chris habla de comunidad de plantas. Con las altas temperaturas, el tomate plantado al sol directamente tiene sus limitaciones, probar con una sombra de otra planta superior y quizás plantar albahaca más abajo que crezca con la sombra de las hojas de las tomateras es una solución. Las plantas compiten por el sol, la luz y los nutrientes, pero se adaptan y unas protegen a las otras. “Hay que entender estos sistemas. Los humanos también funcionamos así; si tienes un vecino que no te cae bien, comienzan los problemas; sin embargo, un buen vecino para ti te conlleva un montón de beneficios”. En la colaboración entre plantas esta empatía es esencial.

Ahora Chris forma parte del grupo Urban Planting Project (Upp), un colectivo decidido a realizar acciones sostenibles que unen medio ambiente y alimentación. En este enlace tienes más información sobre sus acciones.

El método de Chris, urbano, cercano, creado con materiales casi sin coste, puede replicarse y reproducirse fácilmente allí donde se necesite, en pequeños espacios, en el mismo centro de esas islas de calor. Materiales reciclados encontrados en la calle, algo de imaginación y habilidad aprendida… Y pongámonos ya a reducir la temperatura de nuestro entorno, porque nos va la vida y, además, no tenemos otro planeta en el que sobrevivir.

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