Víctor Viñuales: “Vivimos en ciudades que son hornos, hay que renaturalizarlas”
Hace más de 30 años que el sociólogo Víctor Viñuales dirige la Fundación Ecología y Desarrollo (Ecodes), un tiempo en el que ha visto cómo los peores presagios sobre los impactos del cambio climático global se van haciendo realidad, mientras el mundo camina a paso de tortuga hacia las transformaciones que podrían evitarlos. Desde entonces y hasta hoy, si hay una palabra que define su filosofía de vida es la de “acción” , colectiva pero también individual, como camino a seguir para desviarnos del rumbo actual, que nos conduce hacia escenarios difíciles de predecir. Con él hablamos de estos retos y también de esa nueva economía basada en la sostenibilidad que considera que ya es irrenunciable.
¿Qué habéis tratado de aportar desde Ecodes al panorama ecologista?
La creamos en 1992 entre cinco amigos, poco antes de la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, con el deseo de conciliar la ecuación ambiental con la económica y la social. Teníamos la aspiración de unir lo que parecían los contrarios. Desde entonces, hemos buscado alianzas y soluciones integradoras. Creo que lo que más interpela a la gente son los hechos, no las ideas. Y no hemos actuado a tiempo. En la década de 1960, los científicos ya alertaban al gobierno de Estados Unidos sobre el cambio climático y en 1992 ya no había dudas. En estos 30 años, sabiéndolo, hemos seguido casi igual. En Ecodes tenemos el eslogan “Tiempo de actuar” para subrayar el error que ha sido sobreestimar la concienciación de la gente. Lo que cambia el mundo son las acciones, pasar de la preocupación a actuar. El verano pasado sirvió para que la sociedad viera que es peligroso, aumentó esa preocupación, pero el mundo no ha cambiado.
¿La conciencia ambiental real va en aumento?
Igual que hay señales negativas, debemos reconocer las señales de esperanza. Hay que hacer una gran renovación normativa, cultural y social, es verdad. Pero hoy no tiene nada que ver la presencia del cambio climático en los medios de comunicación respecto a la que había hace cinco años, ni tampoco en las empresas o las políticas. Lo malo es que ha pasado mucho tiempo y, como ocurre con las enfermedades complicadas, si las dejas para tarde hay que entrar en el quirófano, no hay otra solución.
¿Qué podría significar un retroceso en esas políticas ambientales en este momento?
Un retroceso sería compensado por dos hechos irrefutables. Por un lado, los hechos, que contrarrestan el fanatismo talibán de quienes niegan el cambio climático de origen humano. Por otro, ya ha pasado el momento de la contradicción entre economía y ecología. Si una empresa quiere hacer inversiones factibles no las podrá llevar a cabo porque no habrá financiación para ellas. Los bancos no van a apoyar más centrales térmicas o de carbón. Ni con Trump en la Casa Blanca se hicieron, así que no creo que la políticas se frenen, pero sí se puedan ralentizar. Me preocupa mucho que esto ocurra en la UE, motor de la acción climática mundial, porque en varios países haya gobiernos retardistas.
¿Qué es lo más urgente ante este reto al que nos enfrentamos?
Tras los veranos de 2022 y 2023,vemos que nos toca hacer dos cosas urgentes: reducir las emisiones contaminantes de CO2 es una de ellas. Hay un compromiso de siete ciudades españolas y de 100 europeas para que sea 0 en 2030. La otra es adaptarse con urgencia, porque estamos viendo que la mayoría vivimos en ciudades que son hornos y que hay que renaturalizarlas. También están mal diseñadas nuestras viviendas, que deben ser más eficientes. Incluso lo vemos en los colegios, donde ahora se achicharran los niños en mayo. Y la solución no es el aire acondicionado, que aumenta el problema, sino mejores aislamientos, aunque sean más caros. Esa combinación de reducción de emisiones y adaptación es fundamental.
¿Es posible mantener la esperanza con tantas noticias negativas?
El cambio climático es global y es verdad que abrir los ojos y ver lo que pasa genera desesperanza, pero se puede contrarrestar bajando la escala de la acción a lo local y cercano, al barrio o el pueblo. Cada vez hay más gente en cualquier trinchera, en las administraciones, el colegio, el vecindario. Podemos hacer más de lo que creemos. Por ejemplo: escuchamos sobre la deforestación amazónica y pensamos que es algo demasiado grande para nosotros, pero cuando vamos a comprar a una gran superficie podemos preguntar de dónde viene la soja que alimenta a ese animal del que compro la carne. Si somos muchos, se consiguen avances.
¿Qué papel tiene la economía circular en todo ello?
Para conseguir la neutralidad de carbono hay que abandonar los combustibles fósiles y proteger la naturaleza, pero también hay que abandonar la economía lineal que envenena la vida en el planeta y construir una nueva imitando a esa naturaleza, una economía en la que nada sobre. El coger, usar y tirar convierte la Tierra en un basurero. Y es importante para ello diseñar los objetos de otra manera, de forma que sea más fácil reciclarlos o reutilizarlos.
A nivel individual, ¿qué prácticas ambientales pones en marcha en el día a día?
Algo fácil, que está en mi origen campesino, es no comprar nada que no sea de temporada. Veo que mucha gente compra de todo durante todo el año y no se para a mirar si viene de Chile o Australia. Además, nunca cojo el coche en la ciudad y soy miembro de la comunidad Por el Clima, que nos indica muchas pequeñas acciones a realizar, como no coger el ascensor. La comodidad a la que nos hemos acostumbrado nos va a matar. También utilizo energía verde, a través de una cooperativa, porque aún es complicado que en los edificios de las ciudades se puedan instalar renovables.
¿Optimista de cara al futuro?
Mido el optimismo en función de la esperanza y la voluntad. Si la primera decae, lo hace la segunda. La esperanza es una afirmación subjetiva en la que se apuesta por ella para un futuro que no está escrito. Es esperanzador que durante la pandemia se parara la economía global en aras de la salud y en detrimento del dinero. En temas de supervivencia hay que pelear hasta el fin. Como un cáncer.
¿Un lugar al que te guste regresar?
Uno de los lugares que más me han impactado es el archipiélago de Los Roques, en Venezuela. Pero mucho más cerca está el valle de Gistaín, en el Pirineo de Huesca, al que iba a campamentos cuando era adolescente y al que vuelvo de vez en cuando.
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